viernes, 31 de octubre de 2008

LAS ESPINAS DEL INVIERNO

Vuelvo a sentir
la enormidad del viento
en el titilo que es mi cuerpo.

Y duelo en esta silente neblina
que se acerca,
persistentemente.

La penumbra
es por siempre périda,
absoluta afonía
de sentidos sublevados.
Y soy no más que este silencio,
inmerso dentro de lo inarticulable.

En la impresión de lo indecible,
inerte testigo en la quietud
de todas mis manos,
temiendo su irremediable quebranto.

Soy no más que esta lejanía.
Dispuesto a la fugacidad
del tiempo inaprensible,
absoluto fracaso de todo cronista
que no puede narrar nunca...

Sólo soñar,
al través del mutismo
inherente a sí,
el Silencio de los Siglos

que atraviesa serena,
dulcemente,
las orillas del Río Seco,
las sangres del Cerro añorado.


Lejos estoy, en esta
corrosiva insensibilidad,
de la aparente sombra de Icho Cruz.
De las ollitas del otero Anchorena.

Muy lejos, lo sé,
de las insolaciones de Tanti,
de los disparos de Carlos Paz.

Muy lejos ya,
a la distancia impertinente,
de la impredecible tormenta,
allí, en las Altas Cumbres.


Sólo puedo habitar en el recuerdo.
Sólo, en el calor de la memoria,
en el deseo que constante se pierde.

Sólo puedo habitar así,
en la añoranza asesinada
por las espinas del acérrimo invierno

que repite duramente,
en mi cruda sensibilidad,
la imposibilidad de todo esquivo.



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