miércoles, 27 de enero de 2010

CON UN BESO Y OCHO MANOS




Vuelvo gustoso del almuerzo.
Moría de hambre.
Cuando ello sucede,
me dan muchas ganas de cojer.

Aunque las “pelusitas de plátano oriental”
no se meten en mi boca,
vuelan de un lado al otro con sus pocas prendas coloridas
remarcando no sólo el destello dulce y suave de sus cuerpos,
sino que exalta, como dijera Pancracio, el pervertido,
la “Carne Chancha”.

Y pienso en las horas que faltan para salir corriendo de acá,
tomar el metro, hacer combinación,
comprar el paquete de puchos en “La Purísima”,
llegar a casa, desvestir a mi mujer con un beso y ocho manos
y desaparecer en nuestra cama, junto a la impostergable explosión
de la habitación entera, del pasaje Santo Toribio completo,
con todas las calles, viviendas y personas de Ñuñoa.

- Tal vez una esquirla de nuestros placeres pueda llegar
a la Comunda de Santiago y degollar a Zalaquett el frígido,
el ingrávido… El desprovisto…
Quien habrá de morir antes de las dos de la madrugada,
con los bares cerrando sus puertas
y con El Galpón bajando sus pestañas-.