Innombrable es este dolor,
y esta carrera no es más
que un justificado sin sentido.
Europa nos ha brindado
la gran hoguera que es el olvido.
Y nuestra memoria no conoce
su historia verdadera.
Somos no más que nuestro dolor:
Sin rostro,
sin aliento:
Inexplicable.
Somos -y cuánto cuesta decirlo-
este sufrimiento sin cuerpo,
esta herida que aun no puede sangrar...
Esta cabeza
que sigue buscando
la longitud de su espinazo.
Somos nuestro propio exilio
y sólo queremos recordar.
¿Qué habrá sentido César
con los negros barrotes
inmersos en su curva espalda?
¿Qué habrá querido
comprender José María?
¿Qué le habrá faltado
para perder ya su simpleza provinciana?
¿Cómo sabrá, en el paladar,
la negra tierra de la profundidad?
¿Por qué nuestro dolor
no tiene nombre?
¿Qué estoy sintiendo ante
la externa imposibilidad de mi Ser?
Puedo ser mortalmente feliz.
Y lo soy:
Siempre lo hemos sido.
Pero soy de mí
esta irremediable verdad:
¡Esta salvaje vejación
que se perpetúa
en la inacabable distancia
de quinientos doce años!
¡Cómo no saberlo!
Nuestro dolor no tiene nombre,
y "Hoy sufro desde más abajo"...
Hoy sufrimos, simplemente.
jueves, 30 de octubre de 2008
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